lunes, 14 de febrero de 2011

La democracia económica

Entre lecturas más complicadas, hace escasos me tomé un descanso con un entremés titulado La democracia económica, del politólogo americano Robert A. Dahl. Su autor es de renombre. Dahl (n. 1915) es profesor emérito en la Universidad de Yale y en su momento fue presidente de la American Political Science Association. En esta breve obra, el autor trata de responder a algunas preguntas fundamentales para la ciencia política. ¿Qué es la democracia? ¿Cuáles son sus rasgos característicos? ¿Es la democracia una amenaza para la libertad? ¿Son compatibles la igualdad y la libertad? ¿Qué queda hoy de la democracia en el sistema de las grandes corporaciones industriales, si es que pudo hablarse de ella en algún momento? ¿Hay alternativas?

No cabe esperar conclusiones impactantes ni tan siquiera esclarecedoras en esta obra, pero eso no le resta necesariamente todo interés. Dahl habla como politólogo y eso se nota, especialmente al analizar los criterios de validez que establece en sus argumentos (donde prima la coherencia lógica frente a la correspondencia empírica, aunque esta última se toma en consideración). Esta postura se aprecia cuando Dahl considera algunos peligros tradicionalmente achacados a la democracia: primero, la posibilidad de que la mayoría tiranice a las minorías discordantes; segundo, y mucho más probable, que una minoría poderosa abuse de una mayoría débil (he aquí a los grupos de presión, o lobbies). El autor concluye que, en cualquier caso, estos dos ejemplos no son un peligro inherente a la democracia, es más, supondrían una contradicción con ella misma, por tanto tales peligros no corresponden a la democracia, más bien a su degradación o desaparición (efectivamente, como adelantaba, aquí se aprecia el retruécano lógico). Además, frente a quienes arguyen que las democracias tienden a autodegradarse (la historia nos muestra algunos ejemplos), Dahl defiende, a mi juicio acertadamente, que la evidencia más bien sugiere que es la falta de democracia, su debilidad o su escasa trayectoria los factores que en todo caso propician su caída, en ningún caso la democracia en sí (ejemplos de ello serían Italia en 1924, Alemania en 1933, España en 1936, etc.). Desde aquí Dahl abordará a su vez otros problemas: la correlación entre la propiedad y el poder político, el despotismo de masas, la atomización social, etc.

Ahora bien, ¿qué es la democracia? Dahl la define, esencialmente, como el derecho a autogobernarse, el cual se da bajo ciertos supuestos: 
(1) Necesidad de alcanzar ciertas decisiones colectivas que vinculan a todos los integrantes, 
(2) Al menos dos etapas diferenciadas: (i) definición de la agenda de cuestiones a discutir, (ii) decisión y toma de resoluciones 
(3) Las decisiones vinculantes deberían adoptarlas las personas que estén obligadas a cumplirlas, es decir, los miembros de la asociación 
(4) Un principio débil de igualdad: el bien de cada persona merece la misma consideración, 
(5) Un principio de libertad: cada persona tiene derecho a ser juez último de sus propios intereses, la carga de la prueba de este principio recae sobre terceros 
(6) Un principio fuerte de igualdad: todos los miembros están igualmente cualificados para decidir que aspectos o no son relevantes a la hora de tomar una resolución vinculante, 
(7) Un principio elemental de equidad: en general, los objetos escasos y valorados deberán asignarse de manera equitativa, aunque en ocasiones se contemplen las necesidades o méritos de cada persona.

Además, hay una serie de criterios que debe cumplir todo proceso para ser clasificado como democrático: 
(I) Igualdad de voto: que suele expresarse bajo el principio de "un ciudadano, un voto" (aunque en la práctica puede no ser efectivamente así).
(II) Participación efectiva: sin impedimentos legales o prácticos a la hora de que cualquier ciudadano pueda ejercer su derecho al voto. 
(III) Comprensión informada: en relación tanto al proceso electoral como al funcionamiento ordinario de los mecanismos democráticos.
(IV) Control final de la agenda por parte de la demos, o miembros de la asociación sobre la que se toman decisiones vinculantes exclusivas. 
(V) Inclusión: se deben incluir todos los miembros adultos menos los transeúntes y los incapacitados (i.e. mentales). La mención a los transeúntes es cuanto menos polémica. ¿Qué es un transeúnte? ¿Qué lo diferencia del residente? ¿El nacimiento en el territorio? ¿La residencia en el mismo durante un cierto tiempo? ¿Cuánto?

Los supuestos y criterios antes descritos constituyen una de las aportaciones más importantes en el conjunto de la obra de Dahl, y generalmente se reconocen como los elementos distintitvos de una democracia frente a los sistemas que el autor denomina como poliarquías (en esencia, sistemas en los que el ejercicio del poder es descentralizado). Teniendo ésto en cuenta, Dahl analizará la cuestión fundamental de esta obra, ¿qué puede decirse del gobierno de las corporaciones industriales? ¿Son democráticos? ¿Deberían ser democráticos? Dahl intuye que sí, y para ello analiza primero, si bien superficialmente, las justificaciones más importantes que históricamente se han dado en defensa de la propiedad privada (Locke, Mill, Nozick). El autor concluye que ninguna de ellas aporta una respuesta satisfactoria a la hora de justificar la propiedad como un derecho natural, de ahí que necesariamente haya de tratarse de un derecho social, concedido, y por tanto, sujeto a la normativa que la sociedad (democrática) fije en cada momento. En todo caso, el único criterio válido sería el utilitarista, es decir, la propiedad privada se sostiene y justifica porque es efectiva para el mantenimiento de otros valores considerados deseables (democracia, eficiencia, libertad, etc.). En palabras del autor: "Desde el punto de vista utilitario, el capitalismo "corporativo", la propiedad privada de las empresas económicas y hasta la institución de la propiedad privada no se pueden defender apelando a unos derechos fundamentales. Lo único que importa es su utilidad, comparada con otras soluciones posibles, una vez consideradas sus consecuencias para toda la gama de valores significativos: sus efectos sobre el proceso democrático, la igualdad política, los derechos políticos, la justicia, la eficacia y la libertad económica" En el caso concreto de las corporaciones industriales, las palabras de Dahl son especialmente esclarecedoras: "A veces se dice que la propiedad por parte de los accionistas está justificada debido a que éstos tienen el derecho moral a recibir una compensación por haber sacrificado su uso del dinero. Pero, ¿qué sacrifican? Responder que sacrifican otras oportunidades de inversión equivale a eludir la pregunta, pues ésta es justamente si tienen derecho a obtener una compensación por su inversión. Decir que sacrifican su consumo es ridículo, dada la concentración de la propiedad accionarial en manos de instituciones e inversores pudientes (aunque para mi esto no es justificable del todo). Y lo que es aun más significativo, el argumento del sacrificio justificaría como máximo un rendimiento a cambio del mismo. No justificaría el control. Yo diría que los trabajadores sacrifican más su vida trabajando que los inversores invirtiendo". 

¿Hay espacio para un gobierno democrático en las propias organizaciones empresariales? Dahl afirma que sí, y a demostrar este aserto dedica casi la mitad de su libro. Dahl denominará a estas empresas económicas, propiedad colectiva de los trabajadores, como "empresas autogobernadas", y en gran medida, se trataría de empresas cooperativas, quizá con alguna salvedad. No obstante, a pesar del interés que puedan suscitar los argumentos que el autor emplea, a la larga resultan, a mi parecer, bastante insatisfactorios. Los ejemplos que utiliza son prueba de ello: las empresas autogestionadas de la antigua Yugoslavia, algunas cooperativas americanas y las cooperativas pertenecientes al Grupo Mondragón, en España, todas ellas como prueba sino de éxito, al menos de factibilidad. Sin embargo, los ejemplos son súmamente débiles. De Yugoslavia mejor no hablar. En cuanto a cooperativas exitosas, si bien existen, son ante todo una excepción, y en más de una ocasión su éxito se debe a otros condicionantes ajenos a la propia empresa (presencia de bonificaciones fiscales o sostenimiento público, etc.). En definitiva, no puede decirse que los ejemplos sean ilustrativos, además de escasos.

A pesar de todo, dejemos por un momento al margen la realidad, ¿sería deseable un gobierno democrático dentro de las empresas, fuese directo o representativo? Esa es la opinión (cuando no el deseo) del autor, quien considera que no sólo la eficiencia económica no se resentiría sino que, céteris paribus, ésta aumentaría debido a la mayor motivación de los trabajadores, ahora identificados con una empresa que en último término les pertenece; lo cual a su vez redundaría en un menor estrés, más productividad, una mayor formación y unas instituciones democráticas más sólidas, dentro y fuera de la empresa. En definitiva, más felicidad para todos. O recurriendo a Stuart Mill: "... el mayor mérito que puede poseer un gobierno es el de desenvolver esas cualidades (la virutd y la inteligencia de los que componen la comunidad). Tratándose de instituciones públicas, la primera cuestión es saber hasta qué punto tiende a desarrollar cada una de ellas en los miembros de la comunidad las diferentes cualidades morales o intelectuales..." (Stuart Mill, 1861).

No quisiera negar la posibilidad de que todas o algunas de tales conclusiones fuesen ciertas, bajo todas o determinadas circunstancias. Sin embargo, la evidencia no parece aportar ningún indicio satisfactorio; y a pesar de su empeño o interés, desgraciadamente, diría que Robert A. Dahl, tampoco. Otra vez será.

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