jueves, 14 de julio de 2011

Una nueva etapa

Ahora que he terminado la universidad, ha dado comienzo una nueva etapa en la que cada vez estoy más cerca de abandonar la condición de cuasieconomista. Sólo el tiempo lo dirá. De todos modos, no puede negarse que una nueva etapa requiere, por norma general, un lavado de cara que dé cuenta de nuevas inquietudes, nuevos enfoques y, cómo no, nuevas aspiraciones. Es por eso por lo que este blog se traslada. No obstante, como decía, no se trata simplemente de un cambio de lugar; pero eso a la larga prefiero dejarlo a vuestro juicio. Ahora, si queréis seguirme tal y como lo haciáis antes, y si tengo la suerte de poder seguir contando con vuestra presencia, podréis encontrarme en Expectativas racionales, el nuevo blog de Politikon. ¿Cómo? ¿Qué todavía no lo conocéis? ¡A qué esperáis!

Por último, gracias a todos por estos años en los que, con todos sus altibajos, me habéis seguido. Lo digo especialmente por aquellas personas que, independientemente de lo que pudiese escribir, fuese mejor o peor, más acertado o menos acertado, siempre tenían tiempo para leerme, comentarme o incluso votarme incondicionalmente. A ellas, especialmente, muchas gracias. Por lo demás, os espero, como siempre, en la que desde ahora espero que sea vuestra nueva casa. ¡Nos vemos!

lunes, 16 de mayo de 2011

Thomas R. Malthus (I): el fantasma de la población

En un ensayo publicado en 1933, John Maynard Keynes escribía una breve semblanza de Thomas Robert Malthus, a quien se le concede el honor de ser el "primer economista de Cambridge" [1]. En esta reseña Keynes no escatima en elogios hacia el economista clásico. Baste un ejemplo: "¡Si Malthus y no Ricardo hubiera sido el tronco del que brotó la ciencia económica del siglo XIX, cuánto más sabio y rico sería hoy el mundo!" [2]. A lo largo de estas líneas, Keynes siente con sinceridad ser el legítimo sucesor de las bases teóricas establecidas por Malthus, y a decir verdad, tan sólo después de haber leído su Primer ensayo sobre la población, puedo afirmar que tal afirmación no es en absoluto infundada; es más, en todo caso esta relación ha sido minusvalorada por todos salvo por sus críticos, si bien con la tergiversación inherente que de éstos puede esperarse.

No obstante, antes de continuar, cabe hacer una aclaración que atañe a mi experiencia personal, pero que bien creo que es extensible a la de muchos más. El primer conocimiento que tuve de la obra de Malthus fue en bachillerato, en la asignatura de geografía. En ese entonces, Malthus era descrito como un teórico crudo, pesimista, exagerado y carente de todo escrúpulo, la más viva imagen de la subordinación del sufrimiendo de muchos al supuesto bienestar de todos. En concreto, la teoría malthusiana quedaba encerrada en el siguiente pasaje, rebosante de lirismo trágico: "Un hombre nacido en un mundo que ya es propiedad de otros, si no logra obtener subsistencia de sus padres, a quienes puede en justicia demandar, y si la sociedad no requiere su trabajo, no puede pretender el derecho a la menor porción de alimentos y, de hecho, no tiene nada que hacer allí donde está. En el ingente banquete de la Naturaleza no hay para él un puesto vacío. Ella le ordena salir, y pronto ejecutaría ella misma sus órdenes si él no logra despertar la compasión de algunos de sus invitados. Si estos invitados se levantan y le hacen un hueco, otros intrusos aparecerán inmediatamente en demanda del mismo favor. La noticia de una provisión para todo el que acuda llena la sala con numerosos pretendientes. El orden y la armonía del festín desaparecen, la plétora que antes reinaba se convierte en escasez y la felicidad de los invitados se destruye ante el espectáculo de miseria y desamparo en cualquier punto de la sala y la clamorosa impertinencia de quienes están justamente indignados por no encontrar la provisión que se les había habituado a esperar. Los invitados reconocen demasiado tarde su error al desatender las estrictas órdenes contra todos los intrusos dadas por la gran señora del banquete, quien, en el deseo de proporcionar abundancia a sus huéspedes, y sabiendo que no puede proveer a un número ilimitado, rehúsa humanamente a admitir nuevos partícipes cuando ya está completa su mesa" [3]. Al margen de la verdad que podamos o no reconocer en tales palabras, su lectura resulta, cuanto menos, desagarrador, ¿no es así? Esta era la imagen de Malthus que yo poseía, mi única imagen, y también la de mucha más gente. ¿Cómo ha llegado a nosotros esta imagen de Malthus caracterizado como el emisario de unos jinetes apocalípticos enviados por la naturaleza para eliminar a todos sus hijos sobrantes? [4]

Si queremos indagar en los orígenes de esta esta interpretación, que podríamos denominar catástrofe maltusiana, el inicio de la década de los 60 constituiría un buen punto de partida. Es esta una época de grandes convulsiones en el plano político y social, y aunque no deja de sonar bastante naïve, es por entonces cuando el posmodernismo comienza su andadura. En 1962 Rachel Carson denunciaba los efectos perjudiciales de los pesticidas en su Primavera silenciosa, cuyo impacto culminaría con la prohibición en EE.UU. del DDT en 1969. Por su parte, Paul R. Ehrlich publica en 1968 The Population Bomb, obra esta sí incendiaria que elevaba a la categoría de plaga el crecimiento descontrolado de la población y ponía en su limitación, aunque fuere forzosa, toda una prioridad. Esta obra resucitó además el fantasma de Malthus, aunque eso sí, dotado de más parafernalia que ectoplasma. El término maltusiano -o más bien, neomaltusiano- se generalizó hasta el punto de denotar de forma indistinguible toda política destinada al control de la población, desde el uso de anticonceptivos a los programas de estirilización masiva. A su vez, en 1968, esta toma de conciencia por el futuro de la humanidad y su impacto sobre el medio ambiente fue recogido por un grupo de expertos que fundaron la organización conocida como Club de Roma, y cuyo objetivo declarado era allanar el camino a un nuevo orden mundial (mejor y más justo, como siempre). En 1972, este grupo encarga al MIT la elaboración de un informe sobre el impacto que sobre el planeta estaba teniendo el crecimiento de la población mundial. Los resultados del informe, dirigido por Dana Meadows y titulado Los límites del crecimiento [5], no podían ser más tajantes, ni tampoco más desalentadores: "[S]i el actual incremento de la población mundial, la industrialización, la contaminación, la producción de alimentos y la explotación de los recursos naturales se mantiene sin variación, alcanzará los límites absolutos de crecimiento en la tierra durante los próximos cien años". Como puede verse, la humanidad se encontraba en una encrucijada, y el alzar la vista hacia el futuro parecía sólo deparar llanto y rechinar de dientes. En definitiva, una tragedia.

Una vez se entiende que tales oráculos iban acompañados del epíteto neomaltusiano, es fácil comprender cómo, si Malthus fue el agorero decimonónico por excelencia, su reencarnación posmoderna no era lúgubre, sino tétrica. Sin embargo, más allá de la porción de verdad escondida en las advertencias de todos los que clamaban frente al crecimiento de la población, un hecho propició el descrédito de todo el movimiento, al tiempo que el Malthus histórico recibía su ración -será por la patronimia-; este hecho era bastante simple: la catástrofe no llegaba. Si el milenarismo medieval clamaba por la renuncia de lo material ante la inminente llegada del Juicio Final, los neomaltusianos tomaban el relevo ante un mundo que, si hubiese que plasmarlo de alguna manera, sería similar al que nos presenta la película Soylent Green (1973) [6]. Ya podían haber aprendido los aprendices en prudencia del error del maestro a la hora de hacer predicciones; y es que si Malthus se tomó demasiado a pecho la inalterable pasión entre los sexos, de forma que no concibió que la fecundidad pudiese disminuir a medida que aumentaba la renta per cápita, los neomaltusianos no tomaron en cuenta que este mismo proceso podía también aplicarse a los países en vías de desarrollo. Además, ambos cometieron un error ya criticado por Marx, a saber, que el progreso tecnológico permite el sustento de una población creciente; no obstante, tampoco habríamos de pecar de ingenuos. El progreso tecnológico normal, en términos kuhnianos, en la práctica se traduce en una explotación cada vez más intensiva de los recursos, hecho que en términos técnicos se traduce en la necesidad del empleo progresivamente mayor de calorías para obtener los recursos básicos. La posibilidad de una catástrofe maltusiana no es por tanto impensable, o al menos su amenaza es constante. A fin de cuentas, como diría Marvin Harris [7], no seríamos la primera civilización que presa de un techo tecnológico no puede más que explotar su ecosistema a través de una intensidad creciente, sufre un shock ecológico e incapaz de hacerle frente, ve quebrarse toda su estructura social. No estaría de más tenerlo en cuenta.

En esta primera entrada he intentado presentar esa imagen del Malthus demógrafo -quiero decir, agorero- que ha sido difundida a lo largo y ancho del mundo. A mi modo de ver, es ésta una imagen tergiversada, que se ha visto ligada a los mismos que han intentado, a falta de mayor inventiva, ligarse a las aportaciones del que consideran un maestro pero que, en líneas tanto generales como específicas, se encuentra bien alejado de su pensamiento. En la siguiente entrada me gustaría mostrar no sólo una imagen distinta de Malthus, una imagen quizá sorprendente, esto es, lúcido, escéptico pero también optimista; y por supuesto, imbuido de una intuición económica que, en esto coincido con Keynes, debería haberle acreditado un puesto de mayor reconocimiento en la historia de la ciencia económica tanto entonces como ahora. Espero, dentro de lo posible, ser capaz de transmitir esa misma consideración.

[1] John M. Keynes, Robert Malthus (1766-1834): El primer economista de Cambridge (1933)
[2] Keynes, op. cit., p. 41
[3] Malthus, An Investigation of the cause of the Present High Price of Provisions (1800), p. 571; citado en Keynes, op. cit., p. 28
[4] De hecho, no me equivocaría al afirmar que en la imaginería popular Malthus representa la umbría de una disciplina que, como lo era la economía clásica, ya mereció el calificativo de ciencia lúgubre por Thomas Carlyle en 1849. En el caso de Malthus considero estas afirmaciones infundadas, o como mínimo, totalmente exageradas.
[5] Los límites del crecimiento, artículo en Wikipedia (también en inglés, The limits to growth)
[6] Soylent Green (Cuando el destino nos alcance, en español, 1973), dirigida por Richard Fleischer y protagonizada por Charlton Heston (¡hola radiolas!), basada en la novela de Harry Harrison Make room! Make room! (¡Hagan sitio! ¡Hagan sitio!).
[7] Marvin Harris, La cultura norteamericana contemporánea (1981) 

miércoles, 23 de marzo de 2011

El futuro de la macroeconomía

No hay que ser ningún experto en la materia para percatarse que, hoy por hoy, los economistas (también los cuasieconomistas) nos encontramos en una posición delicada. Esta situación es especialmente llamativa en el caso de la disciplina macroeconómica, y en particular, respecto a lo que sabemos de los mercados financieros. La actual crisis económica es también una crisis teórica (o espiritual, como dirían los decimonónicos). No obstante, el pesimismo general no implica cruzarse de brazos, o al menos así lo ve Olivier Blanchard, economista francés y actual economista en jefe del Fondo Monetario Internacional. En concreto, hace poco organizó una conferencia sobre el futuro de la política macroeconómica (Macro and Growth Policies in the Wake of the Crisis) a la que acudieron para aportar su granito de arena economistas de la talla de David Romer, Robert Solow o Joseph Stiglitz. Blanchard destaca nueve puntos a modo de conclusión, que os ofrezco de forma resumida a continuación. A su vez, os recomiendo encarecidamente que visitéis la página de la conferencia y echéis un ojo a todo lo que podáis (aunque algunas presentaciones os las enlazo directamente). Merece la pena. Por lo demás, juzgad vosotros mismos.

  1. El mundo ha cambiado, la política macroeconómica también debe hacerlo.
  2. En la eterna discusión entre estado y mercado, la balanza se ha inclinado, aunque sólo sea un poco, del lado del estado.
  3. Hay muchas más distorsiones relevantes a nivel macroeconómico de las que pensábamos. Antes las habíamos ignorado. Cuando integramos las finanzas en la microeconomías, las distorsiones son significativas. El empleo de la teoría de la agencia y de la regulación en los mercados financieros es esencial, igual que el enfoque behavioural aplicado tanto a la economía como a las finanzas.
  4. La macroeconomía tiene muchas herramientas y objetivos, entre ellos: 
    1. La política monteria debe ir más allá de la estabilidad inflacionaria, tiene que incorporar también unos objetivos de estabilidad económica y financiera, así como considerar políticas macro-prudenciales.
    2. La política fiscal es mucho más que (G - T) y su "multiplicador" asociado. Existen docenas de instrumentos con distintos efectos dinámicos que dependen del estado de la economía y de la política. Robert Solow enfatizó que discutir sobre cuál es el valor más exacto del multiplicador no nos lleva a ninguna parte.
  5. Tenemos docenas de instrumentos, pero en muchos casos no sabemos qué son exáctamente, para qué sirven o qué efectos en concreto tienen sobre la economía. Algunos ejemplos en la conferencia fueron:
    1. No sabemos muy bien qué es la liquidez, luego una tasa de liquidez seria un avance importante.
    2. Queda claro que hay gente que considera que el capital controla el trabajo y otros que no.
    3. Paul Romer apuntó que, si tienes una serie de regulaciones financieras y no las cambias a lo largo del tiempo, el mercado siempre encuentra alguna forma de sortearlas, lo que nos expone a crisis económicas recurrentes.
    4. Michael Spence habló de la relación entre los roles de regulación y auto-regulación, aunque cómo podemos combinarlos es algo que no está claro.
  6. En tanto los intrumentos que poseemos son útiles, dan lugar a distintas implicaciones en política económica. Algunos instrumentos son muy difíciles de aplicar, políticamente hablando, mientras que otros pueden ser usados de forma maliciosa o negligente por los mismos gobiernos.
  7.  ¿Hacia dónde vamos? El futuro en la investigación es excitante. Hay un montón de áreas en la macroeconomía en las que tenemos que trabajar y, como señaló Joseph Stiglitz, que debemos microfundamentar debidamente.
  8. ¿Cómo deben proceder los diseñadores de la política económica? Dentro de las recomendaciones se encontrarían, sobre todo, 1) No verse tentado a abandonar el objetivo de control de la inflación, y 2) Aumentar el rol de los Derechos Especiales de Giro (DEG, o Special Drawing Rights, SDR en inglés), en el mercado monetario internacional, avanzando paulatinamente hacia la posibilidad de, digamos, crear un mercado de bonos SDR para la venta al sector privado, con los que podría jugar el FMI en el caso de crisis sistémicas. El pragmatismo es esencial, como quedó demostrado en la discusión de Andrew Sheng sobre el modelo de crecimiento adaptativo de China. Hay que intentar probar nuevos métodos cuidadosamente y ver cómo funcionan.
  9. No debemos abandonar las esperanzas. En el futuro habrá nuevas crisis que no hemos predicho, y probablemente, no podamos evitar que se den otras crisis como la actual. Ese fue el tema de la discusión sobre ciclos creditios de Adair Turner. ¿Podemos evitar nuevas crisis empleando la teoría de agencia y la regulación correcta, o son las crisis algo consustancial al comportamiento económico generado por la naturaleza humana y, por tanto, inevitables? 

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martes, 22 de marzo de 2011

Sobre la teoría económica del socialismo

Año 1938. Entreguerras. Las economías occidentales comenzaban a notar el cansancio provocado por una depresión económica que ya duraba una década y que no mostraba ningún indicio claro de recuperación. No obstante, no todos se sentían tan apesadumbrados. En oriente, la Revolución de Octubre acababa de celebrar su 20º aniversario, y los jerarcas soviéticos celebraban con champán importado el que consideraban un éxito demostrado de su política económica: haberse librado de toda aquella catástrofe. O al menos, eso pensaban, o a decir verdad, eso pensaba casi todo el mundo, inclusive los occidentales.

No todos se mostraban tan complacidos, o estupefactos, ante lo que parecía la confirmación de las tan denostadas teorías marxistas. Entre los economistas, aunque nunca se llegó a las manos, el enfrentamiento faccioso era más que evidente. El socialismo, dígamoslo claro, había hecho mella en la profesión. Sin embargo, qué estatus científico le correspondía no estaba tan claro. Ya Pareto había comentado que, en principio, los principios formales de la teoría económica podrían aplicarse a una economía socialista tanto como a una capitalista, una proposición que Barone, otro discípulo de Walras, no tardaría en formalizar, aunque fuese someramente [1]. O el propio Pigou, que a pesar de sus reservas, también admitió que, teóricamente aunque no sin tremendas dificultades, el socialismo podría ser no sólo factible sino en ciertos sentidos hasta superior, especialmente a la hora de integrar las externalidades económicas [2]. La corriente principal, en definitiva, parecía resignada ante la recién instaurada alternativa socialista. De hecho, la primera contestación seria llegó en de la mano de un economista más bien heterodoxo, el austriaco, en todos los sentidos, Ludwig von Mises [3]. De esta forma se iniciaba la controversia sobre el cálculo económico, una de las más largas y profundas en la historia de la economía como ciencia.

En verdad, Mises no era el primer austriaco que se enfrentaba a los postulados socialistas. Contemporáneo de Marx, su maestro, Eugen Böhm-Bawerk, había sido de los primeros en responder directamente las conclusiones avanzadas por el análisis marxista [4]. No obstante, en esta ocasión Mises no se había conformado con mostrar su contrariedad, sino que había lanzado todo un desafío: al carecer de mercados de bienes de capital, las empresas socialistas no pueden optimizar su producción porque carecen de una valoración no arbitraria de los costes que actúe como referencia en el cálculo económico, o en otras palabras, las economías socialistas no pueden funcionar porque no existen precios [5]. O al menos no sin evitar una acumulación sistémica de disfunciones, es decir, no durante mucho tiempo. Ahora bien, no mucho tiempo no signfica instantáneamente, de ahí que los economistas socialistas se viesen compelidos a elaborar algún tipo de justificación. Ésta se materializó por obra de Fred M. Taylor en su "The Guidance of Production in a Socialist State" [6], y si Barone había adelantado que, matemáticamente, los fundamentos paretianos no se enfrentaban a los de una economía socialista, Taylor indicaba que estos últimos tampoco se enfrentaban a los de un equilibrio competitivo. ¿Cómo? Precisamente siguiendo el mismo proceso que se sigue en las economías capitalistas en la determinación del equilibrio competitivo. Éste se alcanza, según el modelo canónico walrasiano, a través de un proceso denominado tanteo o tâtonnement: una especie de subastador central [7] lanza unos precios al azar [8], ante los que responden los agentes económicos demandando u ofreciendo unas cantidades determinadas. El subastador entonces comprueba las cantidades de oferta y demanda, y si no son iguales, entonces vuelve a lanzar otros precios, mayores en caso de que la demanda fuese mayor que la oferta, y menores en caso contrario. Este proceso se repite en todos y para todos los mercados, de forma que el conjunto de la economía se encuentra en equilibrio cuando todos los mercados se vacían. Este es el procedimiento que empresas y consumidores siguen en una economía capitalista a los ojos del modelo competitivo, y según Taylor, es el mismo que se seguiría en una socialista. Se trataría, en esencia, de emular los mercados a través del diseño de un mecanismo de prueba y error que permita contrastar unos precios fijados de antemano para los bienes de capital, o en pocas palabras, replicar el tâtonnement walrasiano. Al igual que en un mercado capitalista, bastaría conque el director de una fábrica socialista, dados unos precios fijados por el planificador central, comprobase sus inventarios al final de cada periodo económico: si hay un excedente, entonces habría de fijarse un precio ligeramente más bajo; en caso de déficit, uno ligeramente más elevado. Este proceso de prueba y error sería seguido por todas las empresas socialistas en todos los sectores hasta que finalmente la cantidad producida fuese exáctamente igual a la demandada. En ese punto, afirma Taylor, una economía socialista habría alcanzado el equilibrio de forma idéntica al alcanzado en una capitalista, aunque eso sí, disfrutando de las ventajas que ofrece la primera frente a la segunda: mayor justicia social, una distribución de la renta más equitativa, mejores condiciones laborales para la clase obrera, etc.

La sencilla pero demoledora respuesta de Taylor había supuesto todo un jarro de agua fría en la cara de Mises, y aunque éste nunca lo admitiría, la comunidad académica no quedó tan impasible. ¿De verdad sería posible que el socialismo fuese factible? Desde luego, no bajo cualquier condición. A fin de cuentas, los resultados de Taylor únicamente eran válidos si se permitía libre concurrencia de consumidores y trabajadores, o en otras palabras, que los primeros pudiesen decidir libremente en qué gastar su dinero y los segundos cómo ganarlo, y ambas condiciones, inclusive la propia existencia de dinero, era algo que a muchos socialistas les parecía inadmisible. En cualquier caso, esta situación obligó a los apologetas capitalistas a recalibrar su posición tanto como su mensaje. Ahora, ante la viabilidad del socialismo como alternativa Friedrich von Hayek declaraba que "debe admitirse que no se trata de una imposibilidad en el sentido de que es lógicamente contradictoria" [9], es decir, que podría funcionar en teoría. Claro, pero en teoría no es lo mismo que en la práctica. Y ese fue el argumento al que precisamente se aferraron Hayek y Lionel Robbins, en ese momento ambos en la London School of Economics. En esencia, su argumento venía a ser que el socialismo era inviable en la práctica ante la imposibilidad del planificador central de reunir toda la información necesaria para efectuar de forma efectiva sus cálculos, de forma que sería incapaz de resolver las "millones de ecuaciones fundadas en millones de datos estadísticos basados a su vez en muchos más millones de cálculos individuales" [10]. Parecía que la viabilidad del socialismo, siendo poco benevolentes, volvía a quedar relegada a los anhelos ingenuos de utópicos jactanciosos.

Como era de esperar, hubo contestación desde las filas socialistas, esta vez de parte del economista polaco Oskar Lange [11], quien profundizó el análisis sentado por Taylor. En concreto, Lange destaca que la principal característica de los mercados competitivos, el engranaje que les permite alcanzar el equilibrio, en otras palabras, es la propiedad que denomina función paramétrica de los precios, es decir, que éstos sean tomados como dados e inalterables, como parámetros, por los agentes económicos. Esta condición, unida a la simulación del proceso de tâtonnement auspiciada por Taylor, serían suficientes para garantizar la consecución del equilibrio en una economía socialista. ¿Qué pasaba, de todos modos, con su viabilidad en la práctica? Para Lange, si la función paramétrica de los precios se cumple estrictamente en el proceso, los cálculos que cada agente en una economía socialista tendría que realizar no serían mayores que los de sus homólogos capitalistas [12]. A fin de cuentas, ¿qué ecuaciones tiene que resolver un empresario en una economía capitalista? Desde luego, no necesita ser licenciado en matemáticas, no digamos un demiurgo, como parecía sugerir Robbins. De todos modos, ésto no implica que la puesta en práctica de esta versión socialista diese resultados remotamente parecidos a los de las economías capitalistas, o eso podría suponerse. Entre otras cosas, en el simulacro de precios propuesto por Taylor y Lange la competencia brilla por su ausencia, cierto, pero Lange responderá que la falta de competencia, lejos de ser una característica exclusiva del socialismo, es si acaso definitoria del moderno capitalismo financiero dirigido por grandes corporaciones de capital anónimo en las que, además, el control se encuentra separado de la gestión. En todo caso, se trata de un problema común que afrontan ambos sistemas. En cualquier caso, Lange admite que no sería necesario que toda la economía fuese socializada, y de hecho, no sería conveniente "abolir la empresa privada y la propiedad privada de los medios de producción en aquellos sectores en los que todavía prevalece la competencia, es decir, en las industrias de pequeña magnitud y la agricultura" [13]. Sin embargo, respecto a la industria que habría de ser socializada, no caben ni gradualismos ni medias tintas, ya que: "Si el gobierno socialista socializa hoy las minas de carbón y declara que la industria textil va a ser socializada al cabo de cinco años, podemos estar seguros de que la industria textil habrá quebrado antes de serlo" [14]. Por si quedaban dudas, Lange remata con: "Cualquier duda, cualquier vacilación, cualquier indecisión, provocaría la inevitable catástrofe económica. El socialismo no es una política económica para timoratos" [15].

Quedaban, no obstante, otros tantos problemas en el tintero. ¿Qué decir de las estrategias de presión política? ¿O de la manipulación desde las instancias ejecutivas, simplemente? ¿No tendría el legislativo interés en alterar la política económica más allá de sus fundamentos técnicos, como sería deseable? ¿Qué decir de los problemas relacionados con la disciplina en la producción o los incentivos en general? Lange resta importancia a todos ellos, y en todo caso, afirma, se trata exáctamente de los mismos problemas que afronta la sociedad capitalista. Una economía socialista podría generarlos en distinta medida pero, según Lange, las ventajas que ofrece el sistema compensan con creces estas posibles adversidades. En todo caso, el principal problema al que habría de hacer frente el socialismo, y de hecho la URSS ya empezaba a notar, era el peligro burocratización de la vida económica [16] Ante esa cuestión, Lange admite con honestidad que no posee ninguna respuesta satisfactoria.

Desde ese momento, la "controversia" se sumió en un estado de paz armada por parte de los dos grupos contendientes, y si bien hubo escaramuzas y ataques desde ambos bandos, las contribuciones en ningún caso alcanzaron el grado de originalidad y contundencia de las ofrecidas por sus primeros autores, entre ellos los reproducidos previamente. ¿Que ocurrió entonces? La historia demostró que muchos de los problemas prácticas tratados por Lange habían sido relativamente minusvalorados. Autores de renombrado prestigio como Samuelson podían comulgar con la apreciación de que las semejanas entre los sistemas capitalistas y socialistas eran tales que a la larga ambos sistemas se confundirían, cierto, pero hasta el momento ni él podría negar que, en ese camino hacia la homogeneidad, el capitalismo parecía soportar mejor los embites del tiempo. El problema de los incentivos, y de sus consecuencias en la capacidad de innovación y las estructuras organizativas de las empresas soviéticas y del resto de países del bloque socialista, sin ir más lejos, resultaba sangrante, en algunos casos hasta la completa paralización [17]. No es que estos problemas, como tal, se ignorasen, sino que su posición dentro de la "controversia", y hasta la propia "controversia" en sí, habían pasado a un segundo plano para la mayoría de economistas. Sin embargo, nada dura eternamente. La respuesta teórica definitiva (y digo teórica, ya que para muchos la caída de la URSS y de las repúblicas populares eran pruebas definitivas en la práctica), aunque sería más preciso denominarla "golpe de gracia", que lograría acabar con la "controversia" en sí, aparecería a finales de los años 80 de la mano de un economista de tendencias muy alejadas a los de los primeros contendientes: Joseph Stiglitz, con su obra Whiter Socialism? Aunque eso, claro está, es otra historia.

[1] Barone, The Ministry of Production in the Collectivist State (1908) [2] Pigou, The Economics of Welfare (1920) [3] Mises, Socialism: An Economic and Sociological Analysis (1922) [4] Böhm-Bawerk, Positive Theory of Capital (1889), Karl Marx and the Close of his System (1896) [5] Mises (1922) [6] Taylor, "The Guidance of Production in a Socialist State", American Economic Review. El artículo se elaboró a partir del discurso de inaguración presidencial de Taylor al frente de la American Economic Association pronunciado en 1928. [7] Añadiría: "Al que llamamos Dios", como remataba Tomás de Aquino sus vías en su Summa Theologica. [8] En términos de Walras, prix criés par hasard. [9] Hayek, "The Present State of the Debate", Collectivist Economic Planning. Sobre el mismo tema, puede consultarse Hayek, "The Use of Knowledge in Society" (1949), American Economic Review. [10] Robbins, The Great Depression (1939) [11] Lange fue profesor en las Universidades de Cracovia y Chicago, embajador polaco ante EEUU y la ONU, Vicepresidente de Polonia y, cómo no, Presidente del Comité de Planificación y Consejo Económico de Polonia. Desde luego, una vida más que interesante. Sus contribuciones se consideran, junto a las del ya mencionado Taylor y a las de otros economistas, como Lerner, fundacionales de una tercera vía económica y en particular del llamado socialismo de mercado. [12] Lange, On the Economic Theory of Socialism (1938) La edición que he leído y he usado para citar páginas es Sobre la teoría económica del socialismo, Ed. Ariel, 1971. [13] ibid. p. 127. En concreto, Lange asume que la coexistencia entre empresas de propiedad privada y pública es admisible siempre que en las primeras se den las siguientes condiciones: 1) Que exista libre competencia entre ellas; 2) Su volumen no debe ser lo suficientemente grande como para causar una cosndierable desigualdad en la distribución de la renta; 3) La producción a pequeña escala no debe ser, a largo plazo, más costosa que la producción a gran escala (p. 128). [14] ibid. p. 130. [15] ibid. p. 131-132. [16] Otra vez, un problema que no resulta ajeno para el capitalismo. Otros autores que también tratan este tema son John Kenneth Galbraith en "The New Industrial State" (1967), o inclusive Robert Dahl en su "A Preface to Economic Democracy" (1985), del que hablé en una entrada anterior, entre otros. [17] A este respecto, cabe mencionar casos paradigmáticos, como las protestas por la escasez de carne o por el elevado precio de la vivienda en Polonia en los años 80, o los déficits crónicos de abastecimiento de productos agrícolas en la URSS en repetidas ocasiones. Desde luego, algo fallaba en las economías socialistas si no eran ni siquiera capaces de abastecer de alimento a la población, a costa de otras privaciones. Como argumentaba Kautsky a propósito de la economía soviética a principios de siglo: "Desgraciadamente, no se nos enseña cuántos kilos de libros tienen que entregarse a cada ciudadano anualmente, ni con qué frecuencia los habitantes de cada casa tienen que ir al cine". Ya sabéis, la diversión es hedonismo y el hedonismo es cosa de burgueses.

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martes, 22 de febrero de 2011

Permaneciendo el resto constante

"Existe, tanto entre el hombre de la calle como entre los estudiosos de la ciencia, la extendida impresión de que las cláusulas ceteris paribus abundan en las ciencias sociales, mientras que raramente las encontramos en la Física, la Química y la Biología. Nada más lejos de la realidad. Una teoría científica que pudiese prescindir enteramente de las cláusulas ceteris paribus habría logrado, en efecto, ser perfectamente cerrada: ninguna variable de efectos importantes sobre el fenónemo en cuestión habría sido omitida de la teoría, y las variables incluidas en la misma mantendrían en efecto una cierta relación entre ellas y ninguna con variables exógenas a la misma. Quizás solamente la mecánica de los cielos y la termodinámica no atómica han llegado a aproximarse a una integridad tan perfecta. Pero incluso en el campo de la Física, las teorías tan cerradas y completas son una excepción, y fuera de la Física existen pocos ejemplos dentro de las ciencias naturales en los que el cetera relevante, en vez de quedar sometido a una condición de constancia, se encuentre, de hecho, formando parte de la teoría. Normalmente la cláusula ceteris paribus aparece en las ciencias naturales con tanta frecuencia como en las ciencias sociales, a la hora de contrastar una relación causal; generalmente estas cláusulas toman la forma de afirmaciones en el sentido de que se ignoran los efectos de todas las demás condiciones iniciales y relaciones casuales relevantes que puedan existir, aparte de las que van a ser contrastadas. En resumen, las ciencias naturales hablan de hipótesis auxiliares que aparecen en cada contrastación de una ley científica, mientras que las ciencias sociales hablan de leyes o hipótesis que se mantienen si se cumple la condición ceteris paribus. Pero el objetivo perseguido es el mismo en ambos casos, es decir, excluir del análisis todas las variables a excepción de aquellas que están específicamente incluidas en la teoría",
Mark Blaug, La metodología de la economía (1980)

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lunes, 21 de febrero de 2011

Detalle de la evolución de la oferta inmobiliaria (2006-2010)

Debido a la anterior entrada, aprovecho que tengo a mano algunos datos referentes a la evolución de la oferta inmobiliaria entre los años 2006 y 2010, particularmente para el caso de Madrid, a fin de ofreceros algunas ideas generales reflejadas en unos cuantos gráficos (tomadlo como un pequeño entremés antes de que pase definitivamente a otro tema). En primer lugar, os ofrezco los datos referentes a la evolución de los precios del metro cuadrado de alquiler (azul) y de venta de la vivienda de segunda mano (rojo) para los distintos distritos de Madrid en el periodo considerado [1].



A la vista de ambos gráficos, puede observarse cómo, por lo general, el precio del metro cuadrado en alquiler alcanza valores máximos para el año 2008. Sin embargo, los precios de venta de vivienda de segunda mano alcanzan valores máximos en el año 2006 (sólo el distrito de Salamanca lo hace en el año 2007). ¿A qué se debe este aparente retardo por parte del precio de los alquileres? ¿Puede deberse al hecho de que el mercado de viviendas de segunda mano fuese más sensible a la tendencia descendente que comenzaba a apreciarse en el sector inmobiliario? ¿Se trata de un fenómeno normal (es decir, el mercado de vivienda refleja antes variaciones en los precios que el de los alquileres), o se trata más bien de un fenómeno derivado del escaso volumen del mercado de alquileres español? ¿Se repite esta pauta para todas las ciudades, o el caso madrileño es más bien particular?

Aunque las respuestas no se antojan en ningún caso sencillas, podemos aportar algo sobre la última planteada. A continuación se ofrecen dos gráficos referidos a la evolución de la media de precios en algunas de las principales ciudades españolas tanto para el mercado de alquileres como para el de venta de viviendas de segunda mano. Desgraciadamente, no dispongo de tanta información como sería deseable para sentar unas mínimas conclusiones al respecto. En todo caso, juzgad vosotros mismos.



[1] Al igual que advertía en la entrada anterior, las estimaciones que pudiesen derivarse de los datos que he ofrecido tanto en ésta como en la anterior entrada están necesariamente sesgados dado que, en todo caso, éstas hacen referencia al stock de viviendas contenido en la base de datos del portal idealista.com, pero no responde a ningún procedimiento de muestreo aleatorio simple dentro del stock de viviendas total de Madrid o de cualquiera de las otras ciudades contempladas. Los datos ofrecidos han de tomarse por tanto con cautela. La única garantía de una cierta verosimilitud la ofrece la considerable cifra de registros con la que trata idealista.com, y que hasta cierto punto permiten confiar en un reflejo medianamente ajustado de los datos que se ofrecen respecto a los valores reales de la población.

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martes, 15 de febrero de 2011

¿Cuánto nos importan nuestros vecinos? (II)

En la entrada anterior, cerramos con una pregunta: ¿Cómo es posible que en un área concreta llegue a darse una distribución heterogénea? ¿No es eso contraproducente? No sólo eso, sino que además parece contradecir nuestra intuición económica. A fin de cuentas, si una zona urbana en concreto es muy demandada, por las razones que sean, efectivamente sus precios aumentarían; pero ese hecho motivaría que las familias se asentasen en zonas menos demandadas y por tanto más baratas, lo que propiciría a su vez un incremento de precio en esta última al tiempo que se produciría una bajada del precio en las primera. En definitiva, dentro de la facilidad de movilidad que se supone se produce en el espacio de una misma ciudad, los precios deberían converger hacia un precio más o menos homogéneo, por no decir único. Sin embargo, ésto no sucede. No sólo se aprecian diferencias entre distintas zonas (incluso con fronteras claramente delimitadas, como veíamos en la entrada anterior) sino que éstas son persistentes en el tiempo. En pocas palabras, la gente pudiente reside y se asienta en zonas de gente pudiente, mientras que lo mismo sucede en el caso de la gente menos pudiente ¿Por qué sucede ésto?

Esta fue la misma pregunta que se hizo el economista americano Thomas Schelling (n. 1921), uno de los instigadores de la moderna teoría de juegos e intelectual destacado en el periodo de la Guerra Fría, laureado con el Nóbel en el año 2005. Entre las principales preocupaciones de Schelling se encontraba la segregación urbana, especialmente la que se producía (y se sigue produciendo) por motivos raciales entre estadounidenses blancos y negros.  Schelling desarrolló sus intuiciones en torno a este tema a través de un modelo muy sencillo, que trataré de exponer a continuación [1]. Supongamos un tablero con 64 casillas dispuestas en forma de damero y 60 fichas de dos tipos: blancas y negras. Sobre cada casilla colocamos del tablero colocamos alternativamente una ficha de cada color, dejando vacías las casillas de las esquinas del tablero. Vamos a imaginar que cada ficha representa a una persona, y el color, alguna característica en especial. Por ejemplo, supongamos que las fichas blancas representan a gente "pudiente", mientras que las negras representan a gente "pobre", aunque podríamos escoger las características que quisiésemos, como negros y blancos, nativos e inmigrantes, etc. Además, cada tipo de ficha tiene sus preferencias. Así, las "familias pudientes" (fichas blancas) no tienen ningún problema conque haya personas pobres en su barrio. Ahora bien, todo tiene un límite. Si de repente una familia pudiente se da cuenta de que el número de familias pobres ha aumentado hasta el punto de ser mayoría, empezará a preocuparse por la posibilidad de que dejen de proveerse servicios de cierta calidad, o de que la delincuencia pueda aumentar por efecto de la pobreza, o de que sus hijos pudiesen empezar a frecuentar compañías poco deseables (¡nadie piensa en los niños!). Siendo un poco más concretos, diríamos que si una familia pudiente se percata de que dos terceras partes de sus vecinos son familias pobres, entonces decidirá marcharse del barrio. ¿Dónde? Pues a otro en el que las familias pobres sean menos numerosas (por lo menos, que no lleguen a ser las dos terceras partes de todos los vecinos). Las preferencias de las familias pobres son análogas. Pueden soportar tener como vecinos a "ricos estirados", pero todo tiene su límite. Si el barrio se atesta de ricos, piensan, comenzarán a ser discriminados, las tiendas subirán sus precios, los servicios públicos se olvidarán de ellos, o puede que sus hijos comiencen a sentirse infelices al ver todo lo que otros tienen y ellos carecen. Además, tener ricos en el barrio puede alentar que aumente la delincuencia ante un objetivo tan tentador, y no es que se trate de una situación muy alentadora para una familia, sea pobre o no. En cualquier caso, si una familia pobre que sus vecinos ricos alcanzan las dos terceras partes, optarán por mudarse a una zona más afín a sus necesidades y situación socieconómica, mal que les pese.

La situación inicial que hemos descrito, en las que cada tipo de ficha o familia se dispone en nuestro tablero de forma alternativa puede interpretarse como un ejemplo de sociedad perfectamente integrada. Las familias ricas y las pobres conviven armoniosamente, sin que se genere ningún problema entre ellas. Obviamente, la armonía se mantiene no por los motivos personales o creencias de cada familia (bastante prejuiciosos, por otra parte), pero las preferencias son bastante moderadas. Desde luego, las cosas podrían ser mucho peores. La imagen que presentaría nuestro tablero de Schelling para una sociedad perfectamente integrada sería la siguiente [2]:


Sin embargo, la realidad no suele ofrecernos ejemplos de este tipo. Es más, si el anterior ejemplo nos muestra una sociedad perfectamente integrada, también nos muestra una sociedad tremendamente frágil. Para ver por qué, supongamos una ligera variación. Quitemos 20 fichas al azar, por ejemplo, y agreguemos también al azar 5 fichas donde queramos. Una posible nueva distribución, realizados estos cambios, sería la siguiente:

El tablero parece ahora más desordenado, pero teniendo en cuenta que 45 fichas mantienen su posición original, cabe esperar que todavía se trate de una distribución bastante integrada. Sin embargo, la pequeña diferencia resulta crucial. Si observáis detenidamente, veréis que algunas fichas blancas se encuentran "rodeadas" por más fichas negras que blancas, y viceversa, lo cual incumple las pautas que habíamos marcado. Para solucionarlo, moveríamos cada una de estas fichas a cualquier otra posición en la que no incumpliese las reglas. De esta forma, se iniciaría una reacción en cadena, cuyo resultado, dada la distribución anterior, bien podría ser éste:

No importa lo minuciosamente que intentes mezclarlas: las fichas se escurrirán lentamente hasta concentrarse en espacios segregados, o guetos. Así, resulta sorprendente como un grupo mixto de familias, que en principio no presentaban mayor inconveniente en vivir con otras de diferente condición socioeconómica en la misma zona urbana, termina segregado en grupos homogéneos según su nivel medio de renta en un proceso que acaba paulatinamente con la diversidad. En palabras de Thomas Schelling: "Una muy pequeña preferencia por no tener como vecinos a demasiados personas diferentes a ti, o incluso, sencillamente, la preferencia por tener algunas personas en el vecindario que sean como tú... podría conducir a radicales efectos en el equilibrio que se asemejaría mucho a una segregación extrema" [3].

¿Cómo podrían comprobarse los resultados de este modelo para el caso de Madrid? En principio, resulta complicado. Madrid es una ciudad con mucha historia a sus espaldas, de ahí que establecer una historia coherente que explique los asentamientos de población en distintos barrios, y en última instancia, la configuración socioeconómica urbana, requeriría de considerable esfuerzo. No obstante, no se trata de una tarea imposible, y desde luego, sería mucho más sencillo de realizar para el caso del crecimiento de las llamadas ciudades dormitorio (Alcobendas, Móstoles, Coslada, etc.). En cualquier caso, al margen de ejemplos, queda patente como, en ocasiones, no son necesarias ni medidas drásticas ni acciones extremas para obtener resultados de ese calado: basta con una pequeña diferencia respecto a las condiciones iniciales. ¿A alguien le resulta familiar?

[1] Puede consultarse más sobre el modelo de segregación de Schelling en su artículo "Models of segregation", The American Economic Review, 59(2), 488-493. También en el capítulo 4 de su libro "Micromotives and Macrobehavior" (1978).
[2] Elaboración propia a partir de ejemplos análogos en Harford, Tim, "La lógica oculta de la vida" (temasdehoy, 2008) . Por alguna extraña razón, en cuanto haces alguna virguería con sombras y relieves en el Word, al Paint le da por empoderarse y me saca imágenes que parecen salidas de una imprenta medieval. Espero que aun así, aparte de lo poco estiloso que pueda resultar, no dé mayores problemas para entender los ejemplos que se describen. Mis disculpas.
[3] Entrevista con Thomas Schelling, noviembre de 2005. 

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lunes, 14 de febrero de 2011

¿Cuánto nos importan nuestros vecinos? (I)

Seguro que en más de una ocasión os ha llamado la atención los enormes contrastes que suelen encontrarse entre diferentes zonas de una misma ciudad. En un simple paseo, uno puede pasar de paisajes dominados por rascacielos y bloques de innumerables pisos a otros en los que las viviendas apenas llegarán a tres pisos de altura, y en los que las cristaleras de los edificios se sustituyen por frías paredes de ladrillo, en el mejor de los casos. Obviamente, las diferencias entre ciudades son notables. Pensad en los contrastes que plantean ciudades como Río de Janeiro, frente a otros más modestos, como en el caso de Madrid. Quedémonos en particular, por cercanía, con el caso de esta última (los países en vías de desarrollo son, siempre, más que complejos).

¿A qué vienen estas diferencias entre barrios? Bueno, principalmente se producen debido a la gente que vive en ellos. Entonces, si hay diferencias entre barrios, es porque vive gente distinta en ellos, ¿a qué se debe? Uno se sentiría tentado a responder que vive gente distinta porque los barrios son distintos (tienen mejores o peores infraestructuras, mejores o peores escuelas o servicios sanitarios, etc.), pero asumir esa respuesta nos llevaría a un razonamiento circular, además de no del todo cierto. La gente pudiente no se va a vivir a zonas con buenas infraestructuras o servicios, sino que éstos se construyen o generan en las zonas en las que vive gente pudiente, al menos en mayor medida o calidad que en otras zonas. A decir verdad, guste o no, tiene sentido: familias con mayores niveles de renta pueden sufragar más servicios, o servicios de mayor calidad, o simplemente más caros. No tiene demasiado misterio. ¿Podemos comprobar esta hipótesis? Supongamos que el precio de la vivienda es un buen indicador del nivel adquisitivo de las familias de una zona urbana (si un barrio es "mejor" en todos los sentidos las familias estarán dispuestas a pagar más por una vivienda en alquiler o en propiedad). Naturalmente, el precio de la vivienda no refleja "sólo" la consideración que se tenga hacia la calidad de un barrio (la escasez general de vivienda, la calidad de la construcción, etc. son otros elementos a considerar) pero, en términos generales, podemos considerar al precio como un indicador significativo. Para comprobarlo, emplearemos el precio de los alquileres y para la compra de vivienda de segunda mano en los distintos distritos de la ciudad de Madrid [1] a diciembre de 2010. Los precios por distritos ordenados de mayor a menor en gráficos de barras son los siguientes:

Como decíamos, si consideramos los precios un indicador más o menos fiable (o al menos significativo) de la renta media de los familias de un distrito concreto, mirando las gráficas podríamos concluir, en términos generales, que las familias más pudientes viven en los distritos de Salamanca, Centro, Chamartín y Chamberí, mientras que las menos pudientes viven en Carabanchel, Usera y Villaverde. De hecho, aunque hay algunas diferencias entre los datos de alquileres y precios de venta, en general la posición relativa de cada distrito se mantiene con escasos cambios. De forma más ilustrativa, a continuación se muestran estos mismos datos sobre un mapa de los distritos de Madrid, para que os hagáis una idea de la distribución espacial (los tonos más oscuros se corresponden con valores más elevados, y viceversa) [2].


Observando ambos mapas (cuyas diferencias son escasas, todo sea dicho) resulta especialmente llamativa la separación que se establece entre las regiones norte y sur del municipio (siendo la sección central donde se concentra la mayor parte de la riqueza, pero encontrándose la mitad norte más favorecida que la mitad sur). En pocas palabras, y en base a lo que hemos establecido previamente, podemos concluir que en la sección norte del municipio es donde, en general, se concentran las viviendas más caras (en alquiler o en precio de venta) y por tanto, podemos suponer que la familias en tales zonas también posee una renta media relativamente mayor (al menos parecen no contradecir el sentido común, aunque éste suele no ser suficiente). Como curiosidad, podéis mirar también estos otros dos mapas (I, II, aunque la correlación no es perfecta, resulta ilustrativa en muchos sentidos).

Por tanto, hemos podido concluir que efectivamente se aprecia una distribución heterogénea de las familias respecto a su capacidad adquisitiva media en distintos distritos (al menos, para el caso de Madrid, aunque lo suponemos fácilmente extrapolable). Sin embargo, seguimos sin responder a nuestra pregunta inicial, ¿por qué se produce esta heterogeneidad en la distribución? Descartamos que fuese debido a los servicios o dotaciones de cada zona (éstas son consecuencia, no causa, de la distribución) y las condiciones físicas (clima, topografía, etc.) o bien no parece que sean muy relevantes, o bien son a su vez consecuencia de la población, no causa. De esta forma, parece que es la población que vive en cada zona, en sí misma, la causa de una desigual distribución. O en otras palabras, las familias deciden vivir en una u otra zona según sus quiénes tengan por vecinos. Podéis achacarme que parezco estar asumiendo que la gente puede decidir vivir en la zona que le plazca sin ningún tipo de impedimento psicológico o financiero. En cierto modo, sí, pero esta asunción no resta de momento validez al análisis posterior. Volveremos más adelante sobre ello.

Como véis, hemos aclarado algunas cuestiones (referentes a nuestro ejemplo de Madrid) al tiempo que hemos sentado algunos supuestos. Sí, parece ser que quien sea tu vecino influye bastante a la hora de elegir donde vivir (sea de forma directa, sea porque quien vive en una zona influye en el precio de la vivienda, lo cual corta en seco las posibles consideraciones de muchas familias). ¿Cómo puede llegar a ser posible esta situación? ¿No sería más sencilla una distribución más homogénea entre distintas zonas, que entre otras cosas, propiciaría precios más asequibles en la vivienda para toda la población, al margen de su condición socioeconómica? La respuesta, a no mucho tardar, la tendréis en la próxima entrada. 

[1] Elaboración propia a partir de datos calculados por idealista.com y la Sociedad Pública de Alquiler (alquiler, venta de vivienda). Podéis consultar más información en la sección de informes de precios que ofrece idealista.com. Soy consciente de que la información que puede recogerse está sesgada, ya que los precios recabados y sobre los que se realizan los distintos cálculos son los que están contenidos en las bases de datos de la página web, es decir, son los que se obtienen de los anuncios que la gente ha colgado. Los precios por tanto no se obtienen a través de un muestreo aleatorio simple, sino que responden a un perfil concreto: el de la gente que quiere vender y utiliza idealista.com como medio. Eso no sólo deja fuera aquéllas viviendas que no han sido colgadas en la página web, sino también otro tipo de viviendas que no suelen pasar por los canales de venta por internet pero que son representativas de las distintas zonas (quizá vayan por inmobiliarias, o por venta directa entre los interesados, etc.).
[2] Elaboración propia a partir de los datos ofrecidos por idealista.com y la Sociedad Pública de Alquiler (ver nota 1). El mapa en tonos azules azul corresponde a los alquileres, el de tonos rojos a los precios de venta de vivienda de segunda mano. Los valores van ordenados por gradación de tonos, el tono más oscuro corresponde al valor más alto, mientras que el más claro corresponde al más bajo. La escala de tonos se dispone en intervalos de 0,50 €/m2 para los alquileres, en azul, y de 500 € para los precios de compra/venta de vivienda de segunda mano (es decir, de 14 a 13,50 euros corresponde un tono azul, de 13,50 a 13 euros corresponde otro, más claro, y así sucesivamente; sucede de forma análoga para los tonos rojos).

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La democracia económica

Entre lecturas más complicadas, hace escasos me tomé un descanso con un entremés titulado La democracia económica, del politólogo americano Robert A. Dahl. Su autor es de renombre. Dahl (n. 1915) es profesor emérito en la Universidad de Yale y en su momento fue presidente de la American Political Science Association. En esta breve obra, el autor trata de responder a algunas preguntas fundamentales para la ciencia política. ¿Qué es la democracia? ¿Cuáles son sus rasgos característicos? ¿Es la democracia una amenaza para la libertad? ¿Son compatibles la igualdad y la libertad? ¿Qué queda hoy de la democracia en el sistema de las grandes corporaciones industriales, si es que pudo hablarse de ella en algún momento? ¿Hay alternativas?

No cabe esperar conclusiones impactantes ni tan siquiera esclarecedoras en esta obra, pero eso no le resta necesariamente todo interés. Dahl habla como politólogo y eso se nota, especialmente al analizar los criterios de validez que establece en sus argumentos (donde prima la coherencia lógica frente a la correspondencia empírica, aunque esta última se toma en consideración). Esta postura se aprecia cuando Dahl considera algunos peligros tradicionalmente achacados a la democracia: primero, la posibilidad de que la mayoría tiranice a las minorías discordantes; segundo, y mucho más probable, que una minoría poderosa abuse de una mayoría débil (he aquí a los grupos de presión, o lobbies). El autor concluye que, en cualquier caso, estos dos ejemplos no son un peligro inherente a la democracia, es más, supondrían una contradicción con ella misma, por tanto tales peligros no corresponden a la democracia, más bien a su degradación o desaparición (efectivamente, como adelantaba, aquí se aprecia el retruécano lógico). Además, frente a quienes arguyen que las democracias tienden a autodegradarse (la historia nos muestra algunos ejemplos), Dahl defiende, a mi juicio acertadamente, que la evidencia más bien sugiere que es la falta de democracia, su debilidad o su escasa trayectoria los factores que en todo caso propician su caída, en ningún caso la democracia en sí (ejemplos de ello serían Italia en 1924, Alemania en 1933, España en 1936, etc.). Desde aquí Dahl abordará a su vez otros problemas: la correlación entre la propiedad y el poder político, el despotismo de masas, la atomización social, etc.

Ahora bien, ¿qué es la democracia? Dahl la define, esencialmente, como el derecho a autogobernarse, el cual se da bajo ciertos supuestos: 
(1) Necesidad de alcanzar ciertas decisiones colectivas que vinculan a todos los integrantes, 
(2) Al menos dos etapas diferenciadas: (i) definición de la agenda de cuestiones a discutir, (ii) decisión y toma de resoluciones 
(3) Las decisiones vinculantes deberían adoptarlas las personas que estén obligadas a cumplirlas, es decir, los miembros de la asociación 
(4) Un principio débil de igualdad: el bien de cada persona merece la misma consideración, 
(5) Un principio de libertad: cada persona tiene derecho a ser juez último de sus propios intereses, la carga de la prueba de este principio recae sobre terceros 
(6) Un principio fuerte de igualdad: todos los miembros están igualmente cualificados para decidir que aspectos o no son relevantes a la hora de tomar una resolución vinculante, 
(7) Un principio elemental de equidad: en general, los objetos escasos y valorados deberán asignarse de manera equitativa, aunque en ocasiones se contemplen las necesidades o méritos de cada persona.

Además, hay una serie de criterios que debe cumplir todo proceso para ser clasificado como democrático: 
(I) Igualdad de voto: que suele expresarse bajo el principio de "un ciudadano, un voto" (aunque en la práctica puede no ser efectivamente así).
(II) Participación efectiva: sin impedimentos legales o prácticos a la hora de que cualquier ciudadano pueda ejercer su derecho al voto. 
(III) Comprensión informada: en relación tanto al proceso electoral como al funcionamiento ordinario de los mecanismos democráticos.
(IV) Control final de la agenda por parte de la demos, o miembros de la asociación sobre la que se toman decisiones vinculantes exclusivas. 
(V) Inclusión: se deben incluir todos los miembros adultos menos los transeúntes y los incapacitados (i.e. mentales). La mención a los transeúntes es cuanto menos polémica. ¿Qué es un transeúnte? ¿Qué lo diferencia del residente? ¿El nacimiento en el territorio? ¿La residencia en el mismo durante un cierto tiempo? ¿Cuánto?

Los supuestos y criterios antes descritos constituyen una de las aportaciones más importantes en el conjunto de la obra de Dahl, y generalmente se reconocen como los elementos distintitvos de una democracia frente a los sistemas que el autor denomina como poliarquías (en esencia, sistemas en los que el ejercicio del poder es descentralizado). Teniendo ésto en cuenta, Dahl analizará la cuestión fundamental de esta obra, ¿qué puede decirse del gobierno de las corporaciones industriales? ¿Son democráticos? ¿Deberían ser democráticos? Dahl intuye que sí, y para ello analiza primero, si bien superficialmente, las justificaciones más importantes que históricamente se han dado en defensa de la propiedad privada (Locke, Mill, Nozick). El autor concluye que ninguna de ellas aporta una respuesta satisfactoria a la hora de justificar la propiedad como un derecho natural, de ahí que necesariamente haya de tratarse de un derecho social, concedido, y por tanto, sujeto a la normativa que la sociedad (democrática) fije en cada momento. En todo caso, el único criterio válido sería el utilitarista, es decir, la propiedad privada se sostiene y justifica porque es efectiva para el mantenimiento de otros valores considerados deseables (democracia, eficiencia, libertad, etc.). En palabras del autor: "Desde el punto de vista utilitario, el capitalismo "corporativo", la propiedad privada de las empresas económicas y hasta la institución de la propiedad privada no se pueden defender apelando a unos derechos fundamentales. Lo único que importa es su utilidad, comparada con otras soluciones posibles, una vez consideradas sus consecuencias para toda la gama de valores significativos: sus efectos sobre el proceso democrático, la igualdad política, los derechos políticos, la justicia, la eficacia y la libertad económica" En el caso concreto de las corporaciones industriales, las palabras de Dahl son especialmente esclarecedoras: "A veces se dice que la propiedad por parte de los accionistas está justificada debido a que éstos tienen el derecho moral a recibir una compensación por haber sacrificado su uso del dinero. Pero, ¿qué sacrifican? Responder que sacrifican otras oportunidades de inversión equivale a eludir la pregunta, pues ésta es justamente si tienen derecho a obtener una compensación por su inversión. Decir que sacrifican su consumo es ridículo, dada la concentración de la propiedad accionarial en manos de instituciones e inversores pudientes (aunque para mi esto no es justificable del todo). Y lo que es aun más significativo, el argumento del sacrificio justificaría como máximo un rendimiento a cambio del mismo. No justificaría el control. Yo diría que los trabajadores sacrifican más su vida trabajando que los inversores invirtiendo". 

¿Hay espacio para un gobierno democrático en las propias organizaciones empresariales? Dahl afirma que sí, y a demostrar este aserto dedica casi la mitad de su libro. Dahl denominará a estas empresas económicas, propiedad colectiva de los trabajadores, como "empresas autogobernadas", y en gran medida, se trataría de empresas cooperativas, quizá con alguna salvedad. No obstante, a pesar del interés que puedan suscitar los argumentos que el autor emplea, a la larga resultan, a mi parecer, bastante insatisfactorios. Los ejemplos que utiliza son prueba de ello: las empresas autogestionadas de la antigua Yugoslavia, algunas cooperativas americanas y las cooperativas pertenecientes al Grupo Mondragón, en España, todas ellas como prueba sino de éxito, al menos de factibilidad. Sin embargo, los ejemplos son súmamente débiles. De Yugoslavia mejor no hablar. En cuanto a cooperativas exitosas, si bien existen, son ante todo una excepción, y en más de una ocasión su éxito se debe a otros condicionantes ajenos a la propia empresa (presencia de bonificaciones fiscales o sostenimiento público, etc.). En definitiva, no puede decirse que los ejemplos sean ilustrativos, además de escasos.

A pesar de todo, dejemos por un momento al margen la realidad, ¿sería deseable un gobierno democrático dentro de las empresas, fuese directo o representativo? Esa es la opinión (cuando no el deseo) del autor, quien considera que no sólo la eficiencia económica no se resentiría sino que, céteris paribus, ésta aumentaría debido a la mayor motivación de los trabajadores, ahora identificados con una empresa que en último término les pertenece; lo cual a su vez redundaría en un menor estrés, más productividad, una mayor formación y unas instituciones democráticas más sólidas, dentro y fuera de la empresa. En definitiva, más felicidad para todos. O recurriendo a Stuart Mill: "... el mayor mérito que puede poseer un gobierno es el de desenvolver esas cualidades (la virutd y la inteligencia de los que componen la comunidad). Tratándose de instituciones públicas, la primera cuestión es saber hasta qué punto tiende a desarrollar cada una de ellas en los miembros de la comunidad las diferentes cualidades morales o intelectuales..." (Stuart Mill, 1861).

No quisiera negar la posibilidad de que todas o algunas de tales conclusiones fuesen ciertas, bajo todas o determinadas circunstancias. Sin embargo, la evidencia no parece aportar ningún indicio satisfactorio; y a pesar de su empeño o interés, desgraciadamente, diría que Robert A. Dahl, tampoco. Otra vez será.

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Greguerías

Antes de nada, quisiera pedir disculpas por mi tardanza. La combinación de unas vacaciones junto a unos examenes contiguos no deja demasiado tiempo libre, y entre otras cosas, eso se ha reflejado en este mi querido blog. Mea culpa. No obstante, nunca es tarde para retomar aficiones (ni para abandonar otras, si no que se lo digan a mi tabaquismo), así que a partir de ahora espero poder reincorporarme plenamente y reemprender el ritmo habitual de publicación de entradas. No puede decirse que venga vacío de ideas, así que espero aprovechar la oportunidad.

En otro orden, quisiera anunciaros (e invitaros, dentro de las libertades que pueda permitirme) dos proyectos de corta andadura pero con un enorme potencial. El primero de ellos es Politikon, un nuevo agregador creado a imagen y semejanza de sus autores, a los cuales muchos ya conoceréis o seguiréis. Os suenan nombres como Materias Grises, Neoconomicon, Equilibrio Social, etc. ¿verdad? Pues ahora imagináos a toda esa gente reunida bajo un mismo servidor. Aterrador, sí, a la par que interesante. No desaprovechéis la oportunidad de visitarlos; os aseguro que no os defraudará. 

El segundo de ellos, si bien en este caso responde más a un capricho de mi ego (en ocasiones estratosférico), no lo toméis demasiado en serio, pero me haría ilusión que le echaráis un ojo de vez en cuando. Se titula El meme altruista, y se trata de una bitacora en la que un servidor tratará temas que, si bien resultan tan interesantes como atractivos, tengo una menor oportunidad de tratar (además de que, obviamente, tengo una menor idea que respecto a la economía, lo cual me requiere más formación, luego más esfuerzo). No obstante, en la medida de lo posible, intentaré desarrollar algún tema que me resulte interesante, desde un enfoque que resulte comprensible (el primero que tiene que entenderlo soy yo, claro) y, sobre todo, que resulte ameno. Espero que os resulte interesante.

No quiero entretenerme más (ni tampoco a vosotros, que no os lo merecéis). Simplemente, os invito como siempre a que estéis atentos a las próximas actualizaciones. Y por supuesto, gracias por venir. Estáis en vuestra casa. 

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