martes, 22 de junio de 2010

Los economistas no somos filósofos (II), los psicólgos tampoco

¡Por fin! Acabo de terminar los exámenes del presente cuatrimestre, y aunque los resultados nunca llegan al nivel que uno desearía, no dejan de ser bastante satisfactorios (en términos de rentabilidad por hora dedicada al estudio, eso sí). Aunque necesito unos días para organizarme de cara al verano, próximamente retomaré el ritmo habitual de publicación de nuevas entradas. Ruego paciencia, no os impacientéis ;)

En cualquier caso, el que necesite algo de tiempo para asentarme no quiere decir que no esté haciendo nada. De hecho, ahora que es verano vuelvo a disponer de algo de tiempo para la lectura. Además de "Superfreakonomics", de S. Levitt y S. Dubner,  libro que llevaba tiempo esperando y que he devorado en pocas horas, ahora me encuentro enfrascado en la lectura de "Introducción a la psicología", de George A. Miller, una obra que, por lo que llevo hasta el momento, no me está en absoluto defraudando. De esta última, en concreto, os dejo algunas citas en torno a un tema que hace no demasiado tiempo discutí en una entrada a propósito del carácter científico de la economía, una cuestión en la que tanto ésta como la psicología suelen enfrentarse al mismo tipo de críticas. No tienen desperdicio:

"Por una parte, el conocimiento científico proporciona un fundamento para los adelantos tecnológicos, para la solución de los problemas prácticos que surgen en la vida cotidiana de la gente normal. En este aspecto la ciencia es algo que explotamos, igual que explotaríamos un recurso natural. Mucha gente cree que es ésta la única función de la ciencia; encuentra confusas las distinciones entre científicos e ingenieros, entre la ciencia y la tecnología. Pero la ciencia es, en su esencia, algo más que un arte útil. Entre sus fines figura, tanto como el de controlar, el de comprender".

"Cuando nuevos campos de una actividad científica comienzan a tomar forma, lo hacen casi necesariamente utilizando elementos e ideas que forman parte de la común experiencia de todos los hombres. Durante este primer periodo de conocimiento, la ciencia en cuestión resulta ampliamente inteligible, sus descubrimientos los pueden entender, discutir, apoyar, negar o ridiculizar millones de pesronas. Ciertamente, en una etapa posterior esta ciencia podrá hacerse más precisa, alcanzar una comprensión más profunda o remontarse a mayores alturas de virtuosismo intelectual; pero ya nunca más tendrá el mismo impacto sobre la visión que el hombre medio de sí mismo y del mundo que le rodea. En este posterior estadio, quizá se la defienda por los milagros técnicos que misteriosamente aporte; pero, excepto para un puñado de especialistas, habrá dejado de ser una realidad viva. Conforme tienda a aumentar su impacto tecnológico sobre la sociedad, su influencia sobre el entendimiento común se irá diluyendo".

"Las ciencias sociales han estado siempre un poco a la defensiva en lo que a su estatuto concierne; han sido siempre un poco susceptibles respecto a la afirmación de su carácter científico. Así pues, cuando un gran físico anuncia que la medición es la clave del conocimeinto científico, es fácil que reciba mayor atención de la que merece. (...) No obstante, muchos científicos sociales y hombres de ciencia dedicados al estudio del comportamiento, confiados en que la medición es la piedra de toque de la respetabilidad científica, se han precipitado a buscar números antes de saber lo que esos números pueden significar. (...) El culto a la medición por la medición no es, a buen seguro, una opinión mayoritaria. Más común, pero igualmente obstinada, es la opinión opuesta de que la medición viola la dignidad del hombre, que los números ofenden al espíritu humano. En este extremo parece existir el temor de que el prolijo aparato de la ciencia impida la visión que tenemos unos de otros y obstruya nuestros canales de comprensión directa e intuitiva. (...) La actitud prudente se halla, como de costumbre, en algún punto intermedio entre el impulso irresistible y la repulsión institiva. La primera medida sensata consiste en reconocer que la medición es un medio y no un fin en sí misma. Las mediciones precisas constituyen una parte indispensable de la empreas más ambiciosa de entendernos a nosotros mismos y de entender nuestro universo. El conocimiento así adquirido no es un ornato inútil de uan mente cultivada: establece una línea de acción, guía los actos y sirve de apoyo a las decisiones en todos los ámbitos que toca. (...) La gran virtud de la medición es que nos permite recurrir a las matemáticas y aplicarlas a los problemas que manejamos. Una vez que hemos sustitudo los objetos o los hechos que queremos comprender por símbolos numéricos, podemos proceder a operar sobre esos símbolos siguiendo las reglas de la matemática, que han sido creadas y desarrolladas por las mentes más brillantes de la historia".

Enlaces recomendados

La Ciencia Económica y la Gran Recesión (I), por Jesús Fernández-Villaverde en Nada es gratis 
 

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