jueves, 14 de octubre de 2010

El atraso secular de la economía española


Ahora que me encuentro algo más inmerso en trabajos de Historia Económica, concretamente de España y Latinoamérica, cayó hace poco en mis manos el libro de Leandro Prados de la Escosura "De Imperio a Nación" (1988), en el que se dedica a revisar y contrastar una buena parte de las conclusiones típicas de la literatura relacionada con el desarrollo económico de España en el siglo XIX. Entre ellas pueden mencionarse una agricultura deficiente, incapaz de acompasar un desarrollo industrial sostenido; un varapalo económico de suma trascendencia a causa de la pérdida del imperio colonial; un mercado interno muy estrecho, incapaz de reportar tasas de retorno suficientes para estimular la actividad comercial exterior, etc. La originalidad de Prados de la Escosura se muestra patente en la forma de contrastar estos planteamientos mediante el empleo de una metodología cuantitativa bastante rigurosa, que en más de una ocasión se traduce en una (a veces sorprendente) divergencia con respecto al consenso académico previo. Para ofrecer una mínima situación en el planteamiento de la obra, Prados de la Escosura parte de la definición de crecimiento económico de Kuznets, quien lo describe como "un crecimiento sostenido de la renta per cápita o por trabajador, muy a menudo acompañado de un aumento de la población y generalmente por profundos cambios institucionales". Prados de la Escosura invierte los términos, definiendo atraso económico como "un desnivel creciente de renta per cápita o por trabajador, acompañado por una divergencia en el proceso de cambio estructural".

Dado que una entrada hace flaco favor al contenido íntegro del libro, os transcribo directamente las conclusiones del autor (espero, en cualquier caso, que no le moleste). Nunca están de más como marco de referencia a la hora de juzgar la situación de España y su desarrollo decimonónico, máxime teniendo en cuenta lo propensos que somos a prejuzgar a nuestro país o nuestra economía, pasada o frente. Así pues, aquí tenéis las conclusiones (énfasis añadido):  

“Los historiadores de la España del siglo XIX y principios del siglo XX han interpretado la transición económica del imperio colonial a la nación moderna en términos de fracaso, estancamiento y retraso. A lo largo de los capítulos de este libro, he intentado ofrecer una visión del cambio de la economía española en el contexto europeo que resulta aparentemente contradictoria, pues el crecimiento sostenido a largo plazo se ve empañado por el atraso que experimenta en términos comparativos. El estudio se ha apoyado en la utilización sistemática de material estadístico, fruto, la mayor parte de las veces, de una investigación original. El carácter fragmentario de la evidencia disponible y el progreso aún escaso de la moderna historia cuantitativa en España, dan al estudio el carácter de una exploración, preliminar e incompleta, de algunas de las interpretaciones más comunes del atraso económico español.  Las principales reflexiones que de ella se derivan, pueden resumirse así:

1. El ingreso real por habitante experimentó un crecimiento sostenido y, en términos históricos, nada desdeñable, durante el largo siglo XIX y se aceleraría en las dos décadas anteriores a la Guerra Civil. Sin embargo, los niveles relativos de bienestar empeoraron para España y, tras haber supuesto su renta per cápita dos terceras partes de la británica durante las guerras napoleónicas, era alrededor de la mitad en vísperas de la proclamación de la II República.

2. El patrón de desarrollo seguido por España entre 1800 y 1930 no tendió a converger con las pautas de Europa occidental, como refleja el desfase entre el inicio de la modernización, medido por el creciente ingreso real por habitante, a partir de 1930, y los comienzos, décadas más tarde, de la transformación estructural.

3. No hay evidencia concluyente que apoye la idea de que la pérdida de las colonias fuera causa destacada del atraso económico. Pese a los indudables efectos negativos, a corto plazo, sobre el nivel de inversión, los ingresos del Estado, el comercio exterior de bienes y servicios, la industria manufacturera y los servicios financieros, el impacto global sobre la economía fue mucho menor de lo que han supuesto los historiadores (menos del 6% del producto interior) y estuvo concentrado regionalmente.

4. La producción agraria creció a lo largo del siglo XIX, tanto en términos absolutos, como por habitante. El crecimiento procede del mayor volumen de recursos utilizados, así como de incrementos en la productividad. La demanda exterior contribuyó a estimular cambios en la organización productiva y en la asignación de recursos. Esta evidencia tiende a cuestionar la visión de la agricultura como la clave de la explicación del fracaso de la Revolución Industrial en España. Sin embargo, la imagen es menos optimista cuando se sitúa a la agricultura española en el contexto de Europa occidental: la productividad experimentó tasas inferiores de crecimiento, y los diferenciales con respecto a Francia y Gran Bretaña (grandes, de por sí, en 1800) tendieron a aumentar durante el siglo XIX y no se redujeron significativamente en las primeras décadas del siglo XX. Las diferencias en la composición del producto agrario y en el producto por hectárea surgen como factores claves, y no meros síntomas, del atraso agrario español. Determinar si fueron factores naturales o sociales los responsables de éste, requiere una investigación más profunda.

5. El fracaso en lograr acceso a mercados exteriores, más que la estrechez del mercado interior, subyace en la mediocre actuación de la industria manufacturera española. Entre 1800 y 1910, el producto y la productividad industrial aumentaron, si bien a un ritmo inferior al europeo occidental (tanto en los países del Centro como de la Periferia), e incluso, al recientemente postulado para España. Durante los años 1910-1930, la ligera mejoría de los niveles españoles de industrialización por habitante en el contexto europeo, no fue acompañada por una reducción de la distancia que, en términos de productividad, separaba a España de otras naciones de Europa occidental, pues el desnivel se ahondó en este periodo. Así, la industria comparte la responsabilidad de la lenta e insuficiente modernización económica de la España del siglo XIX.

6. Aunque las exportaciones representaban una pequeña proporción del producto interior español, aportaron un estímulo significativo y, quizá indispensable, a la modernización económica durante el siglo XIX y los comienzos del XX. El comercio ejerció positivos, aunque moderados, efectos de arrastre y externalidades sobre la economía española. La demanda exterior indujo a una más eficiente asignación de recursos, y la explotación de sus ventajas naturales, mediante la especialización en cultivos comerciales y productos minerales, significó una vía adecuada de desarrollo en una situación en la que el comercio daba salida a los recursos naturales y humanos excedentes (vent for surplus) de España. La flexibilidad exhibida por los cambios en la composición de exportaciones e importaciones, y la evolución a largo plazo de la balanza de pagos, implican que aquellos historiadores que analizan el comercio exterior español en términos de los patrones monoexportadores de los países del Tercer Mundo, están transplantando conceptos de un entorno totalmente diferente. La teoría de la dependencia formulada para América Latina parece de descasa relevancia para la España del siglo XIX. La especialización de acuerdo con sus líneas de ventaja comparativa proporcionó a España mejoras, tanto absolutas como relativas, en su nivel de bienestar, medidas por las relaciones reales de intercambio. Los favorables precios relativos y las oportunidades de empleo constituyen los elementos clave tras estas tendencias positivas observadas.

7. Atraso, en lugar de estancamiento o fracaso, es el término adecuado para describir la actuación de la economía española durante la transición de imperio a nación a lo largo del siglo XIX. Bajos niveles de formación de capital, físico y humano, un sector agrario tradicional de considerables dimensiones, una industria manufacturera ineficiente y sobreprotegida, dirigida por empresarios que rehuían la competencia, y un grado reducido de apertura al mercado exterior, son elementos destacados de la visión tradicional del pasado de la economía española que han resistido el escrutinio de la reconstrucción cuantitativa y de la exploración analítica llevada a cabo en este libro. Sin embargo, la vieja imagen es ahora menos pesimista. Un crecimiento sostenido, tanto del producto real por habitante, como por trabajador, una población creciente, y moderados cambios en la estructura económica, son rasgos de la España del siglo XIX y primer tercio del XX que encajan en la definición kuznetsiana  del crecimiento económico de las naciones modernas. Así, pues, España se atrasó en el contexto de los países avanzados de Europa occidental, pero, no obstante, la vía elegida para acceder a la sociedad moderna estuvo más próxima a ella que a la de los países actuales del Tercer Mundo".

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