Siempre que una economía entra en recesión, muchos economistas, y los políticos que se molestan en escucharles, salen lanzados a la palestra pidiendo que se tomen medidas de estímulo para resolver la situación. Desde los tiempos de John Maynard Keynes, de hecho, esta solución hoy canónica se ha tomado, si no como ejemplo genérico siempre a seguir, al menos como una posibilidad legítima y plausible. Es la solución definitiva, dicen algunos. Si no se obtiene ningún resultado tangible, es que el estímulo ha sido demasiado pequeño, dicen otros. Este tipo de discusiones se repiten día a día en tanto una recesión continúa. Ahora bien, ¿qué es un estímulo económico? En esta entrada trataré de dar mi visión sobre el tema, explicando qué es lo que yo entiendo por estímulo económico, para qué sirve y qué resultados tiene o, más bien, qué resultados puede tener.
Trasladémonos a la ciudad de Nueva Orleans después de que el huracán Katrina causase estragos. Como bien sabéis, la ciudad quedó completamente arrasada, cientos de familias tuvieron que ser evacuadas, etc. Ahora pensemos en qué puede hacerse después de la catástrofe. Si yo soy un vecino de Nueva Orleans, y mi casa ha sido destruida, lo más probable es que desease reconstruir mi casa, intentando que las cosas vuelvan a ser en la medida de lo posible como antes. Sin embargo, me encuentro ante una difícil situación. ¿Qué van a hacer mis vecinos? Me gustaría reconstruir mi casa, pero si nadie más lo hace, ¿para qué quiero vivir en un páramo desolado? Es lógico pensar que todos mis vecinos se harán la misma pregunta. Así pues, simplificando, nos encontramos ante dos posibles resultados: O bien todos reconstruimos nuestras casas, o bien nadie lo hace. Ambos resultados son dos posibles equilibrios, en tanto que una vez suceden son estables. Si comparamos la economía de Nueva Orleans para ambos posibles equilibrios, obviamente nos encontraremos con diferencias. El equilibrio en que nadie reconstruye su casa es en consecuencia subóptimo, pero eso no niega su carácter de equilibrio. Ahora bien, si todos reconstruyésemos nuestras casas, llegaríamos a una situación global superior. ¿Qué sucederá? De primeras no podemos afirmar nada, ambas situaciones pueden darse. Baste recordar que, en términos de la teoría de juegos, podemos encontrar múltiples equilibrios de Nash, por poner un caso.
Este ejemplo me permite ilustrar qué entiendo por estímulo económico. En este caso, un estímulo es aquella acción que permite pasar de un equilibrio subóptimo a uno superior, por ejemplo, mediante una transferencia de renta a las familias afectadas, o un anuncio de soporte político a la empresa, o en definitiva cualquier medida que nos permita trasladarnos de un equilibrio a otro. Se trata de un estímulo precisamente por eso: dadas distintas alternativas a las que la sociedad tenderá, según las circunstancias, el estímulo incita a que se alcance una situación deseablemente superior. Esta definición es de andar por casa, pero en líneas generales espero que se entienda el plantamiento.
Ahora me diréis que ésto es maravilloso. ¿Por qué no hacerlo siempre, si es tan fácil? En el ejemplo anterior el estímulo se ha considerado como algo exógeno, es decir, ajeno a la sociedad. Podemos pensar que el estímulo, si consiste en una trasnferencia o inyección de renta, como sucede en la realidad, proviene de una nueva veta de oro que antes no había sido descubierta, o bien que todo el gasto es sufragado por algún país extranjero, o simplemente, olvidarnos del resto del mundo y pensar únicamente en lo que sucede en nuestra economía (por el resto del mundo entiendo a su vez a las generaciones futuras, o las posibilidades no contempladas, es decir, todo lo demás). Sin embargo, en el aburrido mundo real, el estímulo llevado a cabo mediante gasto público no sale de nada, sino que es sufragado en última instancia por los impuestos que la misma sociedad en la que se efectúa el estímulo sufraga. Necesitamos por tanto una perspectiva endógena, y es lo que trataré de incluir en el siguiente ejemplo.
Supongamos una economía formada únicamente por una sóla fábrica y unos cuantos consumidores, además de un gobierno, que es quien puede recaudar impuestos entre la población. La fábrica consume determinados recursos (inputs) y produce bienes (outputs) que son consumidos por la población. La economía, en esta situación, se encuentra en un equilibrio, llamémosle ω. No obstante, al gobierno la situación le parece bastante precaria; le gustaría que la economía creciese. Como sólo hay una empresa, la fábrica, el gobierno decide subvencionarla a través de los impuestos que recauda de los ciudadanos. Esta subvención debe ser retribuida por la fábrica en un futuro (es un préstamo, más que una subvención, el gobierno ejerce este papel al no existir un sistema financiero). ¿Qué puede pasar? Contemplemos dos alternativas:
(a) La empresa utiliza el "préstamo" del gobierno íntegramente en programas de investigación y desarrollo. El resultado hace que la empresa reduzca sus costes marginales de producción, con lo cual puede producir más o bien vender la misma cantidad de producto a un precio más barato. Se produce una ganancia neta para la economía, un crecimiento, a pesar de que la empresa tenga que devolver el "préstamo", algo que entendemos podrá hacer debido a los mayores beneficios que obtiene en cualquier caso. No importa que las ganancias se queden como beneficios para la empresa, o se suban salarios, o lo que se quiera. La economía ha pasado así de un equilibrio ω a otro Ω, superior. En este caso, bien podemos decir que el préstamo concedido por el gobierno ha supuesto un estímulo. Si el préstamo no fuese reintegrable, el efecto sería el mismo, pero tendríamos que comparar las ganancias obtenidas con el coste de la subvención para ver cuál es el efecto neto sobre la economía (el endeudamiento, público o privado, es siempre un factor a tener en cuenta).
(b) La empresa utiliza el "préstamo" como contrapartida en balance y lo utiliza para vender sus productos a un precio menor. En este caso el efecto es sólo aparente y en todo caso transitorio. Una vez los fondos prestados desaparezcan, el efecto sobre la economía también desaparecerá, volviendo a la situación inicial. A pesar de todo, no es tan sencillo, entre otras cosas depende de la elasticidad de la demanda (o cómo varían las compras de los individuos respecto a los precios). Si la demanda es muy elástica, es posible que la empresa obtenga mayores ganancias, que si se reinvierten pueden llevarnos a la situación (a), o bien pueden simplemente acumularse, sin más fin que ese, o para destinarse a la devolución del préstamo. La cuestión es que si ese préstamo inicial o las ganancias obtenidas a través de cualquier medida no se reinvierten de alguna forma que genere un crecimiento neto para la economía, como por ejemplo a través de una mejora tecnológica o de una mayor productividad por efectos learning-by-doing o cualquier otro método, entonces el resultado del estímulo será, en el mejor de los casos, nulo; en el peor, negativo, aunque sólo fuese considerando costes de oportunidad.
De este ejemplo quisiera extraer unas consideraciones que, por lo general, pueden entreverse en las conclusiones que hagamos sobre los efectos de cualquier estímulo:
1) Un estímulo no siempre tiene un efecto positivo, o al menos, no necesariamente. Depende de cómo se organice y cómo se efectúe. Si el gobierno en el caso anterior hubiese destinado la subvención a pagar a la gente para enterrar botellas en la arena, como decía Keynes, no obtendremos ningún efecto neto positivo sobre la economía (como sería una mejora en productividad). Siendo muy rebuscados podríamos decir que al menos tener a la gente trabajando, de forma que no pierdan la costumbre, es una medida positiva, pero habría que ver hasta qué punto. De hecho, los efectos pueden ser negativos (y más en relación con otros factores, como el endeudamiento, y sus consecuencias). Si el gobierno estimula a una empresa, de forma que esta requiera más recursos, y éstos podrían haber sido aprovechados por otra empresa de una forma productiva, diremos que el estímulo está generando un efecto crowding-out (que puede ser perjudicial, o no, depende de lo que habría pasado de no haberse producido). La comparación con otras posibles situaciones siempre es importante. Un análisis sobre lo que realmente ha sucedido, en vez de sobre lo que podría haber sucedido y realmente lo ha hecho, está siempre cojo y es de poca utilidad.
2) Un estímulo, en su acepción más general, puede no ser generado únicamente por el gobierno, sino por cualquier agente de la economía, al menos si entendemos estímulo como todo paso de una situación o equilibrio subóptimo a otro superior (siempre en relación a la situación inicial). Si en una recesión todas las empresas destinasen una fracción de sus fondos a investigación y desarrollo (lo cual tiene un coste de oportunidad) es posible que los avances generen un incremento neto en la economía (es decir, mayores que el coste de emprenderlo más el coste de oportunidad). Pueden no ser suficientes o simplemente ser un fracaso, y de hecho además estaríamos peor que antes, el efecto neto total sería negativo. Eso es algo siempre a tener presente, nunca está de más recordarlo. Podréis decirme que en mi ejemplo el gobierno hace una función que en la vida real corresponde al sistema financiero (y por tanto, deduciréis apresuradamente que no haría falta que el gobierno lo hiciese, que para eso están los bancos). Sí, es cierto, pero puede haber circunstancias en la que los bancos no ejerzan su función como debiesen (algo común en las recesiones y aún así en circunstancias normales, véase qué significa el racionamiento de crédito, sin ir más lejos).
3) Desde Keynes, hay quien saca a colación la efectividad indiscutible de los programas de estímulo por causa de lo que conocemos por multiplicador del gasto público, que viene a decir que si yo gasto una cantidad, digamos 100 €, a determinadas personas para que entierren botellas, este gasto les supondrá a ellos un ingreso, que gastarán en bienes de consumo, que a su vez supondrá un ingreso para la fábrica, que gastará en comprar outputs, etc. Obviamente ésto no puede extenderse hasta el infinito, al ser el gasto inicial una cantidad finita. En concreto, el efecto multiplicador será 100*1/(1-c), siendo 0 < c < 1 la propensión marginal al consumo, o en otras palabras, la parte de la renta que en promedio la gente dedica a gastar y no a ahorrar. No obstante, éste efecto siempre me ha parecido carente de utilidad, por una razón: no aporta nada nuevo. El gasto tiene un efecto multiplicador, dicen. Sí, pero es que todo gasto, sea público o privado, lo tiene. Si yo voy a comprar una barra de pan, que me cuesta 40 céntimos, mi gasto de 40 céntimos supone un ingreso para el panadero, que a su vez gastará digamos la mitad en comprar harina, y así en adelante. Eso sí, eso no quiere decir que mi gasto, en términos monetarios, genere nuevo dinero de la nada. El multiplicador únicamente me indica que ese dinero concreto que yo he dado cambia de manos, simple y llanamente; y que cuando la propensión que la gente tiene a consumir, o la parte de su renta que gasta en consumo, es mayor, cambiará más rápido o muchas más veces de mano, o que si invierto una cantidad mayor más fracciones de éste podrán cambiar de manos para esa precisa cantidad. El dinero, por cambiar de manos, no aumenta de valor. Ahora bien, el que se dé efectivamente un cambio de manos puede tener efectos, como el que alguna de esas manos lo invierta, por ejemplo, con lo que nos situemos en alguno de los dos ejemplos mencionados más arribas. Esto no es ninguna tontería: en ocasiones, como es el caso de las recesiones, el dinero apenas cambia de manos, y eso tiene consecuencias bastante serias. Lo importante es que los efectos únicamente pueden apreciarse dependiendo de qué haga en concreto la gente con ese dinero, no simplemente el dárselo. Los resultados pueden ser diversos, tienen que compararse, por no decir qué podría haber pasado teniendo presente otras alternativas, muchas veces quizá no contempladas.
A pesar de todo, no quisiera provocar que interpretaséis que visto lo visto, un estímulo no sirve absolutamente para nada. Eso es falso. Claro que los estímulos tienen efectos sobre la economía, en muchas ocasiones positivos, por no decir que en otras son estrictamente necesarios. Hay un montón de literatura económica, con un grado de seriedad obviamente mayor que el mío, que recoge qué efectividad podemos otorgar a estos estímulos emprendidos desde los gobiernos. No obstante, al margen de las estadísticas, últimamente los economistas se plantean si acaso hemos podido haber exagerado los efectos que estos estímulos han podido tener analizando el multiplicador. Comentaba Robert Barro: "La evidencia empírica no avala la idea de que los multiplicadores excedan típicamente de uno, por lo que programas de estímulo a través del gasto tenderán a aumentar el PIB por menos del aumento del gasto público". La discusión, en cualquier caso, sigue en el aire.
En definitiva, los estímulos a través del gasto público tienen consecuencias, en ocasiones imprescindibles, especialmente en momentos de crisis. Sin embargo, un estímulo per se no garantiza nada, igual que si los analizamos a través de la óptima del multiplicador, el que el dinero cambie de manos tampoco garantiza nada. Qué hacen los agentes de una economía con ese dinero, y qué resultados traen sus acciones, eso es verdaderamente lo importante, y eso es lo que siempre ha de analizarse desde una óptica comparativa con otras posibles alternativas, se tomen o no. Y por supuesto, cómo se organice un estímulo también puede tener consecuencias, pues influye en qué termine la gente haciendo, o a quién se destine, o cómo pueda ser en última instancia aprovechado. Decía Paul Krugman hace escasos días: "Macroeconomics is hard". Qué razon tienes Paul, qué razón tienes.
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4 comentarios:
Esto me ha recordado a los directivos de Lheman Brothers de vacaciones a todo lujo, con el "estímulo" dado por el gobierno norteamericano. Evidentemente a la empresa no le sirvió de mucho.
También tu ejemplo demuestra que la mejor forma de rentabilizar una inversión, es en i+d+i. Curioso, porque el gobierno de España, actualmente, sólo hace recortes en ese sentido, y concede estímulos (como el plan E) que poco más que maquillan una situación, sin voltearla.
En cualquier caso soy más bien tendente a las economías basadas en recursos (proyecto Venus de Jaques Fresco, por ejemplo). Aunque son sistemas que, creo, deben investigarse más antes de aplicarlos de forma masiva.
Recibe un cordial saludo.
Efectivamente, la conclusión fundamental que quiero destacar en la entrada es que un estímulo, entendido como una transferencia masiva de renta a la economía a través del gasto público no posee efectos per se (es decir, por el mero hecho de realizar la inyección, omitiendo variables psicológicas de cualquier índole). La cuestión verdaderamente importante es qué hacen los agentes económicos con esa renta, y qué efectos supone para el conjunto de la economía.
"En cualquier caso soy más bien tendente a las economías basadas en recursos (proyecto Venus de Jaques Fresco, por ejemplo). Aunque son sistemas que, creo, deben investigarse más antes de aplicarlos de forma masiva".
Siendo sincero, no conocía nada sobre el tema del que hablas, aunque he estado echándole un ojo a raíz de tu comentario. No le niego interés, pero suelo relegar los utopismos (entendidos éstos en el contexto en el que se plantean) al mismo rincón que a la teología: a las conversaciones de café; pero poco más.
Por cierto Enrique, perdona mis modales. Bienvenido al blog. Encantado de tenerte por aquí :)
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